CARTAS AL DIRECTOR - Abraham Méndez

He visto en directo y en tercera fila el espectáculo. Mi Soledad del “bailaor” Joaquín Cortés. No soy crítico de arte, ni de danza, ni flamenco, es más diría que no tengo ni idea de este tipo de “saraos”. Lo mío son tangos, rancheras, boleros y zarzuelas. Pero me permito opinar porque pagué una entrada muy cara y quizás ello me da derecho a la crítica.

El Palau Sant Jordi es tan grande que se quedó pequeña su obra. Comenzó con más de 20 minutos de retraso. Empezó desnudo parecía en “pelota picada” y en un mutis-oscuro se puso de hurtadillas los ajustados pantalones, menos mal que en la pirueta no se enganchó los bajos con los tacones, que es lo que suele pasar. Con 4 “zapateaos” exigía al público el aplauso facilón. Dice que innova, que es un creador, yo no vi nada que no le haya visto a otros artistas de su estilo. Sara Baras, sin ir más lejos, trabaja mucho más el taconeo y su baile, ella si que arranca aplausos sin pedirlos. Los únicos que se salvan son el grupo que lo acompaña que, bueno, aún tienen su gracia. Las dos pantallas gigantes con mala visibilidad. Y aunque supongo no tiene nada que ver en el tema, los mini-bocadillos carísimos (3.50 euros).

Pero esto no acaba aquí. Lo peor del día siguiente fueron las manifestaciones de Joaquín Cortés contra Rafael Amargo, al que también vi en D. Q. (Don Quijote) una buena obra, Cortés dijo que él era el nº 1 del mundo mundial. Rafael Amargo como buen hidalgo caballero le respondió educadamente, no hay ni primeros ni segundos, no hay un ranking competitivo, ni calificativo, el tiene un tipo de baile y el mío es otro reconocido internacionalmente y a las pruebas se remitió. No quiso entrar en la polémica interesada del descortés de Cortés.