31.12.07

 

Carta nº 1629- ¿DE QUÉ HABLAR?

En épocas pasadas la censura prohibía las películas subidas de tono. Un inocente o lujurioso besos de amor era borrado de la pantalla, por el lápiz rojo del censurador, mostrar un pecho era un acto impuro, inmoral. Ser homosexual era perseguido y despreciado por el “macho español”. Las películas porno las veíamos en la clandestinidad de la propia casa o íbamos a Perpiñan a ver al Brando con su mantequilla en mano (Último tango en París), Historia de O, o cualquier peli que enervara nuestros más bajos instintos. El cuerpo lo necesitaba, estábamos muy deprimidos y oprimidos sexualmente. Muchos censuradores eran militares, religiosos y algún director de cine santurrón, que tenía que mantener el trabajo. Pero ellos veían y disfrutaban de la “morbosa” secuencia, que luego cortaban a su conveniencia y sentido de la “responsabilidad” del control político mental de las buenas normas y costumbres. Se comentaban estos temas tabú, pero nos tenían el “coco” comido con el fútbol y los toros. El régimen imperante que se paseaba bajo palio, nos lavaba el cerebro. No se podía hablar de política, ni de sindicatos, ni de revoluciones culturales. Hasta te multaban por ir en mangas de camisa por la calle. Nuestras inquietudes se quedaron a las puertas de Europa, El Mister Marshall pasó de largo. Nuestras asignaturas quedaron pendientes en nuestras inocentes y controladas mentes.

Hoy resulta igualmente difícil, no obstante de las aperturas psicológicas, culturales y progresistas, que puedas tratar algún tema, una cuestión en una tertulia, reunión de amigos o comida familiar. Son temas muy difíciles de hablar sobre política, religión o fútbol, sin que algún tertuliano, amigo o familiar se pueda ofender, molestar o hasta llegar al insulto, la agresión verbal o física. Algunas veces la parienta tiene que darte una patadita bajo la mesa, invitándote al cambio de tercio, para que la cosa no vaya a más. Al fin y al cabo por unos comentarios, en los cuales solo somos unos meros (o besugos) espectadores de la vida que pasa por nuestras narizotas. Porque ni somos futbolistas, toreros, políticos, ni curas. Si no te adaptas a la exigencia de tu interlocutor, te puede dar el día. El problema es no aceptar la idea del otro y no consentir la aportación de nuevas visiones. Hay quién no quiere modificar su actitud y ser tolerante, cívico, dialogante ante una reflexión ajena. Hay agrias discusiones que acaban mal, muy mal por encerrarse en una intransigencia. Y cuida que no sea un “cuñao”. Se ha de defender y aceptar la idea del otro hasta el límite, pero el opositor debe respetar la otra opinión, porque entre ambas se abre esa vía de diálogo y se puede llegar a mutuos acuerdos, en la búsqueda de soluciones. ¿Entonces de qué hablar?

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