20.6.07
¿ARTE CULINARIO?
Jamás he sido un “cocinitas”, es decir la persona que va al mercado, compra productos, hace unas elaboradas comidas y quizás deja los platos para que los friegue la parienta. Yo soy de los que friegan, si es menester, es todo lo que me atrevo ha hacer en la cocina. Por lo tanto, vaya por delante que todo lo que hace el señor Ferrán Adriá, cocinero nº1 del mundo, me parece genial y muy difícil, mi yerno es cocinero y sé el trabajo que da cualquier cocinado.
El señor Ferrán Adriá es un gran investigador de la cultura gastronómica en su escuela-cocina-laboratorio de El Bulli. Es un genio en trabajar alimentos, no debe dudarlo nadie, es el Dalí de los fogones, es el Miró del colorido, es el Gaudí de la arquitectura que se come. Pero denominar a esta profesión y cultura gastronómica como de arte creo que hay un abismo. Los alimentos se saborean, degluten, deleitan, huelen y se visualizan usando los cinco sentidos, pero su fin es alimentar, es finito, caduco, es decir se elabora, se come y ya está, aunque quede en el recuerdo, en el paladar o en la cartera. Una butifarra con judías por mucho afecto, cariño, aditamentos que le añadas no deja de ser una “buti con monjetas”, al igual que una coliflor exquisitamente trabajada o el “pa amb tomacat” todos cumplen un cometido gastronómico, alrededor de una mesa con amigos, familia o un amor. Se debe valorar y premiar al “inventor” de platos originales, diseños minimalistas y recetas diferentes, pero no elevarlo a la categoría de arte, aunque sea el invitado de honor de la Feria de Arte Documenta.
Arte es otra cosa, porque se supone que perdura y de generación en generación puede admirarse una obra, cualquier tipo de obra (literatura, pintura, escultura), si algún vándalo no la destruye. La paradoja es que un plato de pollo guisado por Adriá te pueden cobrar en su famoso restaurant El Bulli, tal vez, 30 euros, en cambio otro pollo llamado Le coq (El Gallo) pintado en 1940 por Joan Miró se vendió en la Galería de subastas Christie´s por casi 10 millones de euros. ¿Esta es la diferencia entre cultura y arte?
El señor Ferrán Adriá es un gran investigador de la cultura gastronómica en su escuela-cocina-laboratorio de El Bulli. Es un genio en trabajar alimentos, no debe dudarlo nadie, es el Dalí de los fogones, es el Miró del colorido, es el Gaudí de la arquitectura que se come. Pero denominar a esta profesión y cultura gastronómica como de arte creo que hay un abismo. Los alimentos se saborean, degluten, deleitan, huelen y se visualizan usando los cinco sentidos, pero su fin es alimentar, es finito, caduco, es decir se elabora, se come y ya está, aunque quede en el recuerdo, en el paladar o en la cartera. Una butifarra con judías por mucho afecto, cariño, aditamentos que le añadas no deja de ser una “buti con monjetas”, al igual que una coliflor exquisitamente trabajada o el “pa amb tomacat” todos cumplen un cometido gastronómico, alrededor de una mesa con amigos, familia o un amor. Se debe valorar y premiar al “inventor” de platos originales, diseños minimalistas y recetas diferentes, pero no elevarlo a la categoría de arte, aunque sea el invitado de honor de la Feria de Arte Documenta.
Arte es otra cosa, porque se supone que perdura y de generación en generación puede admirarse una obra, cualquier tipo de obra (literatura, pintura, escultura), si algún vándalo no la destruye. La paradoja es que un plato de pollo guisado por Adriá te pueden cobrar en su famoso restaurant El Bulli, tal vez, 30 euros, en cambio otro pollo llamado Le coq (El Gallo) pintado en 1940 por Joan Miró se vendió en la Galería de subastas Christie´s por casi 10 millones de euros. ¿Esta es la diferencia entre cultura y arte?