16.10.07

 

BOTAS MILITARES

El Monje de Montserrat, Hilari Raguer en una entrevista dijo:”…conocí el falangismo chulesco de los franquistas…” Se refería al poder absoluto de los vencedores de la guerra civil. Todos conocemos los excesos que padecieron los civiles, por el ordeno y mando de militares de la JONS, falangistas, algunos curas adictos al régimen y millonarios empresarios que financiaron la guerra. Al hilo de lo dicho por el sacerdote mi padre me transmitió tres sucesos. Mi padre era inválido de ambas piernas y usaba un cochecito de tres ruedas que compró en sus viajes durante siete años por Francia. En épocas de guerrillas urbanas en Barcelona, mi padre circulaba con su cochecito y al llegar a una calle y tener que pasar a otra, se encontraba alguna barricada, donde nacionales y republicanos se estaban disparando. Mi padre pedía permiso al miliciano de turno, y este a una voz de mando ordenaba ¡parar la guerra! ¡alto el fuego! Que pasa inválido. Entre cuatro fornidos soldados levantaban a mi padre y el cochecito en vilo y lo traspasaban al otro lado de la calle sano y salvo. Acto seguido la misma voz gritaba: ¡que siga la guerra! Ciertamente parecía la guerra de Gila.

Otra anécdota: Mis padres vivían en un pisito sobre un puesto de atención médica y alrededor de las tres de la madrugada se oyó llegar un coche del ejército. Un militar con relucientes botas de caña alta se apeó nervioso del vehículo, exigiendo un médico urgentemente. Dentro del coche llevaban a un joven mal herido de bala y a una joven con síntomas de haber sido violada, pues sangraba entre piernas. Después de atenderlos el médico, no quiso firmar un falso parte de lesiones, porque intuyó que los jóvenes habían sido agredidos y violentados por esos militares. Comenzó una fuerte discusión. En eso mis padres se habían despertado y contemplaron toda la escena. En un momento determinado mi padre gritó: ¡así no se hace una España grande y libre! Madre mía lo que dijo. El ruido del cargador de una pistola se oyó en el silencio de la noche. Mi padre se tiró o se desplomó de miedo. Mi madre a su lado temblaba de miedo. ¡Quién ha sido, quién ha sido! ¡vigilante, vigilante! Gritaba el facha militar ¡Abre todas las puertas! No supieron de qué balcón salió la voz acusadora, cogieron el coche y se marcharon velozmente.

La última. Mis padres acudieron al Cine Goya, pegado al Centro Aragonés. Estaba todo el público sentado y esperaban a la Autoridad Militar, sus asientos siempre estaban reservados en todos los lugares, aunque la gente estuviera de pié, esos permanecían vacíos por si se les ocurría ir. Llegaron los militares con grandes alardes de ruidos de botas, sables y medallas. La marcha militar comenzó a sonar en ese mismo instante. Un sicario vigilaba que todo el mundo se pusiera en pié con el brazo en alto. Mi padre no se levantó. Este vigilante del orden establecido se acercó a mi padre y le increpó para que se levantara Mi padre hizo un gesto de bajar las manos al suelo como para coger algo, parecía un arma. ¡Hostia la iba a liar! ¡Joder con mi padre! El militar sacó rápidamente su pistola y la cargó con una velocidad que parecía John Whaine. Mi padre levantó una de sus inocentes muletas y le dijo ¡soy un cojo! Malhumorado se marchó el fogoso militar, argüllendo ¡cojones, haberlo dicho antes!, y se fue con la pistola entre las piernas. ¡¡Ole, por los pirindolos de mi padre!! Lástima que esa dictadura duró 40 años. Muchos curas como el padre Raguer podrían explicar las miserias del régimen y no sería violar ningún secreto de confesión. ¿O sí ?
ABRAHAM MÉNDEZ RAMOS

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