10.10.07
COBAYAS HUMANOS
Es sabido que con los famosos cobayas, pequeños conejos, se hacen pruebas en los laboratorios, donde tienen higiénicos estabularios y sacrifican miles de conejillos de indias, ratones y otros animalillos que coinciden en algo su ADN o genes del hombre. Quizás podrían usar algunos de los siete millones de topillos que se comen nuestras cosechas. Me extraña que no usen al cerdo que creo tenemos casi todos sus genes menos el de Jabugo o pata negra, pero el hombre no está o no es tan bueno. El sacrificio de estos animales sirve para que la humanidad adelante en la ciencia y avance en medicina de forma espectacular. Cosa que si se hiciera con seres humanos, entendemos que, nos cargaríamos a la mitad del planeta con estos inventos y pruebas clínicas. Sacar un nuevo fármaco al mercado cuesta a un laboratorio responsable entre 400 y 600 millones de €.
Hay “cobayas humanos”, las personas que por motivos diversos se someten voluntariamente a la ingesta oral o inyectada de diferentes compuestos químicos, para que los sesudos profesionales e investigadores conozcan la reacción favorable o negativa de tal o cual preparado, potingue o fórmula magistral. Existen unas 80.000 personas que se someten a estas prácticas y cobran por ser “un conejo o coneja” hasta 1.800 € al mes, no está nada mal. Sabíamos que algunos personajes venden su sangre, sus riñones o higadillos, no para lucrarse, sino para vivir, mejor dicho para sobrevivir. Yo debo ser uno de estos “conejos” de segunda generación porque para controlar mi enfermedad de cáncer crónico tomo 700 pastillas cada mes de diferentes formas y colorínes, además de haberme aplicado tres tipos de quimioterapia distintas (una de ellas de platino) que no dieron el resultado apetecido y aplicado radioterapia por todo el cuerpo, debo ser un modesto Supermán, que necesita kriptonita de un mundo desconocido para acabar conmigo. Y así llevo dos años y medio, en espera de la solución definitiva, que algún cerebro privilegiado, hombre o mujer de laboratorio dé con la fórmula mágica o la “palme” definitivamente.
Pero la esperanza, aunque dicen que es verde y se la comió un burro, es lo último que se pierde, por eso gracias a los investigadores, médicos especializados y grandes laboratorios que invierten miles de millones de euros, hoy se alarga la vida de los enfermos en la confianza del milagro de curar las miles de enfermedades que acechan al hombre. Lástima que a veces estos preparados defectuosos y sin controles o caducados se dan en poblaciones del tercer mundo, usándolos como cobayas humanos y causan estragos, muerte y defectos de por vida (Talidomida, por ejemplo). A la sociedad nos pasa como siempre “ojos que no ven…”, pero todos somos culpables del mal uso de estos caducos o inservibles medicamentos.
ABRAHAM MÉNDEZ RAMOS
Hay “cobayas humanos”, las personas que por motivos diversos se someten voluntariamente a la ingesta oral o inyectada de diferentes compuestos químicos, para que los sesudos profesionales e investigadores conozcan la reacción favorable o negativa de tal o cual preparado, potingue o fórmula magistral. Existen unas 80.000 personas que se someten a estas prácticas y cobran por ser “un conejo o coneja” hasta 1.800 € al mes, no está nada mal. Sabíamos que algunos personajes venden su sangre, sus riñones o higadillos, no para lucrarse, sino para vivir, mejor dicho para sobrevivir. Yo debo ser uno de estos “conejos” de segunda generación porque para controlar mi enfermedad de cáncer crónico tomo 700 pastillas cada mes de diferentes formas y colorínes, además de haberme aplicado tres tipos de quimioterapia distintas (una de ellas de platino) que no dieron el resultado apetecido y aplicado radioterapia por todo el cuerpo, debo ser un modesto Supermán, que necesita kriptonita de un mundo desconocido para acabar conmigo. Y así llevo dos años y medio, en espera de la solución definitiva, que algún cerebro privilegiado, hombre o mujer de laboratorio dé con la fórmula mágica o la “palme” definitivamente.
Pero la esperanza, aunque dicen que es verde y se la comió un burro, es lo último que se pierde, por eso gracias a los investigadores, médicos especializados y grandes laboratorios que invierten miles de millones de euros, hoy se alarga la vida de los enfermos en la confianza del milagro de curar las miles de enfermedades que acechan al hombre. Lástima que a veces estos preparados defectuosos y sin controles o caducados se dan en poblaciones del tercer mundo, usándolos como cobayas humanos y causan estragos, muerte y defectos de por vida (Talidomida, por ejemplo). A la sociedad nos pasa como siempre “ojos que no ven…”, pero todos somos culpables del mal uso de estos caducos o inservibles medicamentos.
ABRAHAM MÉNDEZ RAMOS