3.10.07

 

HOMENAJE A LA O.N.C.E.

Nuestro cuerpo es una máquina perfecta que solo por la evolución del desgaste de la vida debería deteriorarse y llegar al fin de sus días. Nuestro cuerpo debemos cuidarlo como un santuario, mantenerlo limpio y alejado de agresiones externas en contenido y continente. Es lo que se dice: mente sana y cuerpo sano. No obstante el ser humano se esfuerza en castigar sus carnes con todo tipo de agresiones internas y externas que llegan a estropear nuestra frágil estructura. Aparte de las drogas, la bebida, el tabaco… nos acucian distintas y nuevas enfermedades. Todos los órganos son importantes, todos tienen sus funciones. Quizás una de las peores cosas que le puede suceder al ser humano, para desenvolverse con normalidad en la vida, es la pérdida de la vista. Uno puede ser cojo, manco, sordomudo… pero la ceguera, creo, que es la peor desgracia que le puede acaecer a cualquier persona. Muchos ciegos amplían sus capacidades y percepciones extrasensoriales, aumentando su orientación, tacto, olor, sabor, oído y obtienen un sexto sentido único e indescriptible. Al margen del famoso perro lazarillo, que es el fiel bastón y guía.

Pocas veces se ve en los medios de comunicación un reconocimiento a la labor de la O.N.C.E (Organización Nacional de Ciegos de España), sus actuaciones son dignas de todo mérito y otras naciones del mundo toman ejemplo de sus iniciativas socio-laborales. Esta organización ayuda a miles de personas con problemas físicos, no tan solo a los ciegos. Cada día un pacífico ejército de trabajadores acuden a sus puestos de trabajo para ofrecernos “la ilusión de todos los días” según un slogan. Muchos tienen esposa, hijos, padres, una familia que mantener, casa que pagar, estudios, alimentos y ocio.

Mi padre, David Méndez, perteneció a la O.N.C.E. en las épocas (1940) en que nadie podía pensar que sería lo que es hoy, una gran institución, una magna entidad que da trabajo y cobertura a miles de personas. Hoy la mayoría están en sus casetas, resguardados de la intemperie. Gracias a los cupones que vendió mi padre, entre lluvias, soles y fríos obtuve una educación y formación. Ello lo tengo que agradecer a la idea de la venta de los números de los ciegos, a sus iniciadores, a sus pioneros. Así también deseo dar mis más expresivas gracias a la O.N.C.E. porque para el Museo del Escritor me obsequió con una máquina de escribir en sistema Braile, que lleva precisamente el nombre de mi padre y el mío, da la casualidad que los fabricantes de esa original máquina para ciegos, EE.UU. en 1933, fueron los ingenieros llamados: David-Abraham.

ABRAHAM MÉNDEZ RAMOS

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